miércoles, 1 de febrero de 2012

AD ANIMI DEFECTIONEM IMMUNES

   Recientemente ha salido en "El País" un artículo con el título "El latín, ni para la botánica" http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/01/25/actualidad/1327509733_218265.html , que venía a decir que nuestra amada lengua madre dejaba de ser usada obligatoriamente para describir las características de las nuevas especies vegetales. Así, los botánicos, que antes debían de consignar en latín los detalles de la especie por ellos descubierta, costumbre instaurada por el científico sueco Carlos Linneo en el siglo XVIII, a partir de ahora podían comunicar sus descubrimientos en inglés, aunque también en latín.
   Dicha noticia ha sembrado desaliento e incluso cierta indignación entre los amantes del mundo clásico. Se ve como un ataque más a la integridad y supervivencia de las ya maltratadas lengua y cultura grecolatinas. Puede que tengan razón. Que se sientan una vez más ninguneados por una sociedad que ignora e incluso desprecia nuestro mundo.
   Nihil novum sub sole. Pues sí: parece que "ser de clásicas" lleva implícito, para nuestra desgracia, el sentirse incomprendido; unas veces, acorralado; las más, menospreciado. Y me pregunto: ¿es eso raro, insólito? ¿Sorprende a alguien? Sé que es doloroso, injusto si se quiere, desalentador.

   Pienso en aquellos monjes que durante la Edad Media fueron los únicos depositarios en la Europa cristiana de la cultura grecolatina, los únicos que tenían acceso a las fuentes clásicas y que, desde sus Scriptoria, se dejaron la vista en copiar e iluminar aquellos manuscritos, que muchos eran incapaces de entender. Imagino la desolación de los más cultos al constatar que la sociedad en la que les tocó vivir desconocía y despreciaba lo que para ellos era el summum; cómo se debían de sentir al ver que se perdían para siempre manuscritos únicos por la desidia de las clases dirigentes; la angustia que debían de sentir al ver a novicios, legos y profesos analfabetos en cuanto al griego y casi en lo referente al latín. Sé que muchos murieron desesperanzados y maldiciendo la oscuridad cultural que les tocó vivir. Pero sus denodados esfuerzos, sus desvelos y amarguras no fueron en vano. 
   Tras su paso, cuando no eran más que polvo no sólo ellos sino muchas de las copias que habían intentado legar a la posteridad, llegó la Luz. El Renacimiento. Grecia y su ahijada Roma volvieron a surgir de sus cenizas, deslumbrando a artistas, intelectuales, clérigos y políticos. Volvió en todos y cada uno de los ámbitos de la cultura lo que podríamos llamar una Nova Auera Aetas: Dante se hizo acompañar por Virgilio en su descenso al Infierno; Horacio volvió a sonar en Petrarca, Bocaccio y Garcilaso; Botticelli, Lippi y Miguel Ángel, entre muchos otros que citar no puedo, le dieron vida a los mitos griegos, a la arquitectura romana, a la tradición clásica; siglos después, Ovidio aún nos hablaba a través de los versos de Shakespeare, de Lope de Vega, de Cervantes incluso y de los lienzos de Rubens y de Velázquez.
La vía Lactea, Rubens, Museo del Prado 
 
   Y hoy en día, ¿cuántas películas o juegos informáticos se basan en el mundo clásico? Son muchísimos los nombres de novelistas que se han convertido en éxitos de venta con obras ambientadas en nuestro mundo de alguna u otra manera: Colleen Mc. Cullough y su maravillosamente apasionante saga sobre la historia de Roma, desde Mario y Sila hasta Cleopatra; Santiago Posteguillo, éxito de ventas con su trilogía sobre la 2ª Guerra Púnica, repetido ahora con su última novela sobre una conjura imperial; Simon Scarrow y su aclamada serie sobre las legiones claudianas; Steven Saylor y un largo etcétera.

   En el mundo de la publicidad son muchísimos los creadores que usan alguna palabra de nuestro léxico o alguna imagen de nuestro patrimonio para engrandecer su producto, dándole una pátina pensada para un público más selecto.
 
   Estamos mal, sí, no lo niego. Sobre todo porque dependemos para nuestra supervivencia de un rebaño de analfabetos, sensu stricto, insensibles a la belleza que mana de nuestros surtidores. Incapaces de gozar al leer a Homero, de paladear a Propercio, de conmoverse con Sófocles, de reírse con Aristófanes o Plauto, de llorar con Eurípides, de pararse a reflexionar (el mayor de los crímenes hoy en día) con las palabras de Platón, de Aristóteles, de Anaxágoras, de discutir con Sócrates o con Diógenes, de emocionarse con un ritmo de Theodorakis o de Morricone, unos "neoclásicos" a mi parecer.
   Pero no tenemos que desfallecer, ni sucumbir al desaliento. Todos, desde nuestra mísera parcela y desde ámbitos más amplios, tenemos mucho que hacer para devolverle a las Clásicas lo que estas nos han dado a nosotros. Somos agricultores que vamos sembrando en nuestro entorno la semilla del amor por lo Grecolatino. El terreno que nos circunda está en barbecho, es baldío, la climatología es adversa, lo sé. Los cuervos carroñeros intentan comerse las semillas con sus leyes y contraleyes; el mercado nos menosprecia y nos quiere hacer parecer muertos,  inútiles. Pero, a veces, tras varias cosechas sin fruto vemos volver a Proserpina con su madre: gozamos viendo germinar con los años la semilla que plantamos en algún alumno, en algún amigo o familiar, envenenado él también por el virus clásico.

   Tal vez alguno de los discípulos, amado por las Musas, alumbre una canción, un poema, una película o simplemente nos escriba al cabo de los años agradeciendo el que le hubiéramos inoculado el amor por Grecia, la pasión por Roma.
   Por eso, hospites comitesque, os quiero inmunes al desaliento. Seguid con lo que estáis haciendo, con la parsimonia y constancia del horticultor de secano. La tarea es dura. La tierra, seca y casi yerma. Pero el ver brotar a Proserpina... Eso, no tiene precio.
   Por ello, sólo para poneros algunos ejemplos de "horticultores" grecolatinos quiero hablaros de algunos a los que he conocido. Ya os hablé en otro locum de mi Magister Raimundo G. Blasi y de que le estaré ad aeternum agradecido por haberme abierto los ojos ante el Latín.
   En mis anteriores destinos de Viveiro y de Huelva tuve la fortuna de trabajar codo a codo con Fernando González y Álvaro Cabeza dos gladiadores del latín, apasionado de Horacio y los elegíacos el primero, amante de la mitología y de la historia antigua el segundo, con quien escribí el premiado manual "Nuestros Paisanos los Romanos". En mi etapa murciana los hados me regalaron trabajar codo a codo con Eulalia Martínez, Paqui Vicente, Lorena Lorente, Elena Miñano y mi adorada Yasmina Martínez. Helenistas todas. Apasionadas transmisoras del mundo clásico, que como benévolas serenas se atraen a sus discípulos con profesionalidad en su magisterio, sí, pero también los "embaucan" con talleres diversos y atractivos al máximo. Sólo os invito a leer algunos de sus blogs para que valoréis en su justa medida lo que le regalan a las Clásicas.




   También, desde AMUPROLAG (ASOCIACIÓN MURCIANA DE PROFESORES DE LATÍN Y GRIEGO) he tenido la dicha de conocer y laborar con Marién Pérez, Paco Pérez Cartagena, Cristina Sánchez, Marta Díaz, Ana Ibáñez y María José Monteagudo, ménades clásicos todos, transidos por el pathos, que van extendiendo entre sus aledaños su amor por el trabajo bien hecho.
   Esto sucede en mi entorno más inmediato, pero quiero que veáis en vuestro entorno a aquellos Ulises que os acompañan en vuestro particular periplo por el Egeo. Que agradezcáis a colectivos como las asociaciones culturaclasica.com y culturaclasica.net, al Festival de Teatro Grecolatino de Segóbriga y al Prosopon, a las editoriales, minoritarias, sí, pero vivas, que siguen divulgando lo nuestro.
   Por ello, os invito a dejar aquí abajo o en una sección que voy a abrir en el facebook destinada a recoger los testimonios de aquellos que tienen un débito con el mundo grecolatino.
 Y que penséis en lo que habéis hecho por las clásicas y lo que aún podéis hacer. Infinito, creedme


 

 

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